
Años más tarde, a bastantes galaxias de distancia, me volví a leer y lo vi todo claro: el error fui yo, tanto entonces como ahora.
La solución fue bien sencilla: leer, siempre, pero nunca cualquier cosa.
Hace menos años, aunque también a muchas galaxias de distancia, comprendí que mi composición por cada 100 gramos contenía demasiado aditivo.
Quise variar la fórmula, pero mi departamento de marketing pensó que íbamos a perder público.
Mantuvimos la misma proporción de conservantes y colorantes y el resultado, en palabras de los expertos, fue "prometedor pero falto de autenticidad".
En vista de que mis primeros 5 minutos, que eran los verdaderamente buenos, se acababan en tan sólo 5 minutos, tuve que replantear la estrategia, eliminándola del mapa y adoptando a una hermosa joven llamada Naturalidad.
A día de hoy, mi buena conciencia aún me hace pagar por mis viejos pecados, los fantasmas de mi armario siguen aireando sus vergüenzas cuando les viene en gana y mi tribunal moral, ahora inflexible, juzga el pasado hibernante de manera despiadada.
A día de hoy, me hubiera gustado hacer muchas cosas que nunca hice, me hubiera gustado decir otras tantas que ni siquiera pensé y me hubiera gustado olvidar a gente a la que nunca conocí.
Sin embargo, a día de hoy, lo que se ve es lo que hay y lo que hay, con todos sus fallos, me empieza a gustar.
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