6 de agosto de 2008

Para ser un buen jefe no hace falta mucho... o sí, según se mire

Se refería el otro día un compañero del curro a uno de los jefes del departamento en los siguientes términos: "es el típico tío que jamás tendría que ser jefe... pierde la calma con facilidad, contagia su nerviosismo, se altera, grita y es un coñazo... le salva que, pese a todo, es un tío de puta madre y muy legal..."

No puedo pronunciarme aún sobre el jefe en cuestión. Sólo puedo decir de él que también es del Atleti lo cual, a priori, le otorga algunos puntos. Puntos que, por otra parte, se pueden perder con extrema facilidad porque, nos guste o no, ser hincha de un equipo de fútbol, igual que ser alto, bajo, gordo, flaco, gay o hetero, no libra de la hijoputez humana.

En cualquier caso, siempre he sido mucho más simplista (sí, también en esto, qué le voy a hacer) a la hora de otorgar a alguien el poder de mandar sobre los demás.
Para mí, la única condición que deberían reunir los jefes, sean del sexo que sean, es la de estar bien follaos.
Así los curritos de a pie nos ahorraríamos muchas broncas absurdas.
Porque la tensión hay que descargarla de la manera que hay que descargarla, nunca sobre los subordinados, que no tienen ninguna culpa de que los fines de semana de los jefes estén tan carentes de sexo como los de alguno que yo me sé.
Y no miro a nadie.

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