30 de mayo de 2008

Las obras, las putas obras

Me despierto con el incesante ta-ta-ta de las obras de mi calle. Creo que llevo despertándome con este soniquete desde el año 86. Desde ese momento, sólo ha habido un par de meses de descanso en el barrio.
Uno sale a la calle y se encuentra en el Sarajevo de los 90. Una delicia.
Además, lo que me maravilla es la capacidad de los concejales de urbanismo para organizar las obras de tal manera que la misma zanja no sea aprovechable por empresas distintas.

O sea, que si ahora son los de Iberdrola los que se convierten en topos, el próximo mes serán los de Ono los que amenicen nuestras mañanas. Y curiosamente, la zanja es en el mismo sitio y tiene exactamente la misma longitud.
Ah, claro, que si aprovechan el mismo agujero para hacer otra obra, sólo trincan una vez porque, recordemos que, para hacer agujeros en una ciudad, el ayuntamiento tiene que conceder los permisos pertinentes.
Y permisos = pasta.
Pasta más fresca que la de Buitoni.
Y en diferentes colores, sobre todo, el negro, no sé si me explico.

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