Tres años. Hace tres años que te marchaste al lugar donde se van las buenas personas cuando dejan de fumar. Y desde entonces, my friend, muy poco ha cambiado y demasiadas cosas seguirán igual hasta el fin de los días.
Te digo lo de siempre, que aún recuerdo el día en el que llegué a la radio, con más miedo que verguenza, y me crucé contigo en el pasillo. Inclinaste la cabeza, sonreíste tímidamente y dijiste hello, hello. Y a mí me ganaste para siempre.
Me fijo mucho en los pequeños detalles o, al menos, eso creo e intento. Por eso, cuando un tipo como tú, una leyenda, saluda a un becas recién llegado del mismo modo que saludaría al director general de la emisora, dice mucho de su calidad humana.
Ese simple gesto deja ver una humildad que, en esa jungla maravillosa y cruel que es la radio, es una cosa tan extraña como un libro de Sara Mago (una excelente pintora) en el bolso de la Esperatriz de Madrid.
Y luego, mientras fumábamos en el pasillo (en plural mayestático, porque sólo fumaba yo) hablando de los Beatles, aceptabas mis pobres opiniones como si fueran tan válidas como las tuyas. Y no podemos olvidar que el propio McCartney te bautizó como el quinto beatle.
Daba igual. Tú escuchabas siempre. A todo el mundo.
Recuerdo muchos días, después de muchas horas, saliendo a la Gran Vía siendo conscientes (entonces y sólo entonces) del cansancio acumulado cuando, al despedirnos en la puerta del edificio, siempre había gente que te reconocía y te saludaba con cariño. Y recuerdo que tú siempre te parabas y hablabas con ellos, con el mismo respeto y afecto con el que ellos te trataban a ti.
Porque, aunque siempre habrá alguien que pueda decir lo contrario, los que lloramos cuando te marchaste coincidimos en que se había marchado una buena persona y que, lamentablemente, el mundo iba a ser un lugar mucho más feo sin ti.
Que sepas que, como te dije hace ya tres años, se te sigue echando mucho de menos, my friend.
Ya nos veremos y seguiremos charlando entre pitillo y pitillo.
Sigue como siempre, happy, happy.
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