Me maravillan estas noticias. Cuando leo cosas así no puedo evitar que una sonrisa aparezca en mi cara. Si es que no tenemos motivos de queja, joder. Y no como el pobre Paul McCartney, que tiene que soltar 31 millones de euros por su último divorcio.
31 millones, que se dice pronto. Hay días que yo no los gano. Otros sí. Y de sobra, por supuesto. Si no, no tendría un blog. Que tenerlo es como el que tiene un hurón como mascota. Es algo exclusivo, un poco excéntrico y además está súper in, tía.
Con este tipo de noticias uno es cuando se da cuenta de la diferencia entre el primer mundo y el tercero. Mientras la ex de Paul consigue unos milloncejos de nada y además, insta a todas las que se encuentren en su caso a defenderse ellas mismas (que para nada es de tiraos, está muy de moda también, tía), en el tercer mundo las cosas son muy diferentes.
En el Tercer Mundo, una se puede dar con un canto en los dientes si llega viva al día del juicio.
En el Tercer Mundo, el ex marido no pasa nunca la pensión y por mucho que ella lo reclame, lo máximo que va a conseguir será que el juez encoja los hombros, que eso lo hace como nadie.
En el Tercer Mundo se han dado casos en los que ella ha terminado pagando todos los platos rotos. Y se ha ido a su casa sin pasar por la cárcel porque el juez se ha despistado pero, vamos, que por falta de ganas no hubiera sido.
Por eso lo del divorcio de Paul me hace reír.
Es lo que me provoca la ciencia ficción del primer mundo.
Otra cosa es que me haga gracia.
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