11 de febrero de 2008

Uno de los nuestros

Iba yo camino del Metro, escuchando el Papá, cuéntame otra vez, pensando que, efectivamente, desde aquel día en que mataron a ese guerrillero loco, todo parece mucho más feo cuando, de pronto, un peasho de Mercedes se aproxima a mí tocando el claxon.
Lo primero que pensé, y esto se debe que veo demasiado cine, sin duda, es que el narcotraficante que iba al volante me iba a encargar que llevara un paquete a alguna comisaría. "Toma, chaval, y después, cómprate algo bonito", con su palmadita en el trasero imprescindible, claro está.
Ya me estaba viendo como Ray Liotta en Uno de los nuestros, subiendo poco a poco en la organización. Pero no. Esas cosas, no sé si afortunada o desafortunadamente, nunca me pasan a mí. El Mercedes se detuvo a mi lado y el supuesto narcotraficante resultó ser un colega.

- ¿Dónde vas sin coche, tío?
- Pues , que mi viejo lo tenía muerto de risa en el garaje y lo cojo yo y me hace un servicio...
- Joder, pues te sobra coche por todos los lados, macho...
- Ya te digo... y no te lo pierdas que, de camino aquí, los malos (o sea, la Guardia Civil... es que me colega utiliza un lenguaje taleguero, qué se le va a hacer) me han parado tres veces para pedirme la papela...

Normal, pensé yo. Yo hubiera hecho lo mismo, y eso que te conozco. O, mejor dicho, debido a que te conozco, hubiera hecho lo mismo.
Así son mis colegas.
Y es que podrás meter un macarra en un Mercedes, que lo único que conseguirás será un Mercedes con un macarra al volante.
Y la sociedad aún no está preparada.

No hay comentarios: