15 de enero de 2008

La trastienda de la farándula

Hoy me ha venido a la cabeza, no sé muy bien por qué, un recuerdo de mis tiempos en el mundo de la farándula, época de mala vida, poco sueño, mucha carretera y hoteles de mala muerte, un tiempo que, básicamente, me sirve para tener alguna historia que contar porque, salvo un par de amistades fugaces, poco más saqué en claro de ese mundillo tan despiadado como la propia selva.
Bueno, sí. Que la gente es capaz de CUALQUIER cosa por dinero.
Me encontraba en una de esas televisiones con las que la naturaleza nos ha castigado (ojo, tenemos nada más que lo que nos merecemos), asistiendo a la grabación de uno de esos programas de verano, tan alegres y refrescantes como la creatividad de los que los programan, similar a la de un chimpancé hasta arriba de jumilla. Y que me disculpen los chimpancés.
Era el momento de la intervención de un cantante (lo de cantante es un decir) que estaba muy de moda en su momento.
Como servidor siempre se ha llevado mejor con los curritos de a pie que con los de corbata, me encontraba en el control de realización, charlando con el técnico de sonido, intentando aprender algún truqui que me siriviera para camuflar la voz de gato de otra supuesta artista con la que tenía que lidiar a los pocos días y que la pobrecita, aparte de meterse por la nariz todo lo que tuviera el tamaño apropiado, poco talento más tenía. Y, ojo, que aún sigue en el candelabro, como decía la inolvidable rapsoda.
El caso es que el chaval de sonido, cuando le comenté el asunto, mirándome con esa cara de comprensión que sólo pueden poner los que se encargan de evitar que la gente vea que las estrellas no lucen tanto como aparentan, me dijo algo así como "acércate, colega, que vas a flipar".
El presunto cantante estaba en pantalla dándolo todo, ajustando el movimiento de su boca al del sonido grabado porque sí, queridos míos, en televisión, NADIE canta en directo.
Los micros sobre los que vierten sus melodiosas voces, por supuesto, están apagados pero, desde el control de sonido se pueden escuchar los maullidos que emiten. Juro que nunca he presenciado la matanza de un cerdo pero, creedme, lo que escuché en ese momento se parece bastante a cómo debe sonar lo otro, con la enorme diferencia que del cantante (que me perdonen todos los cantantes) no se podría sacar ni una mísera morcilla.


Imagen sacada al azar del google, no tomarla como pista

Cuando volví a cruzar la mirada con el técnico intercambiamos varios pensamientos telepáticos:
1. No hay dinero que pueda pagar semejante tortura auditiva.
2. El futuro de los conciertos pasa por enchufar el CD.
3. Cuando uno es hijo de quien es hijo, da igual que no cante un carajo... siempre habrá algún hijoputa que le llame artista.

A la semana siguiente, en pleno concierto de la alpistera maulladora, el CD que pusimos para intentar tapar sus lamentos nos salvó de que nos lincharan los allí presentes pero, desde luego, la poca dignidad que a uno le quedaba al dedicarse a ese mundillo tan horrible como maravilloso, se evaporaba a medida que las pistas iban sonando.
Porque uno puede aceptar que el cine sea una maravillosa mentira pero, teóricamente, en los conciertos no hay trampa ni cartón. Teóricamente, claro. En estos casos, como en tantos otros, como decían en la inconmensurable Matrix, "la ignorancia es la felicidad".

Pd: se admiten apuestas para ponerle nombres a los supuestos artistas. A quien acierte le corresponderá el talego que la alpistera utilizaba para ganar unos gramos que, por cierto, buena falta le hacen. De los de chicha, claro, que de los otros va sobrada.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Apuesto 5 dolares por la rubia que enseñaba carne en programas infantiles...Natalia creo se llamaba.

Julia's armpit dijo...

Ooooohhhh... buen intento, pero no me refería a ella... cumple con los maullidos y, según tengo entendido (no tengo el placer), también le pega bastante al alpiste... sigue intentándolo, hay muchos premios más!