11 de enero de 2008

Estamos p'a elegir

No sé por qué extraña razón me ha venido a la cabeza un recuerdo de hace mil años. Bueno, sí lo sé. Ya estoy pensando en las vacaciones de verano y, claro, una cosa ha llevado a la otra y, sin saber cómo, la neurona ha entrado en el archivo, ese lugar donde se almacenan muchas cosas que, aparentemente, no tienen ningún tipo de utilidad pero, cuando uno menos lo espera, cobran cierta relevancia.
No es el caso, porque lo que la neurona ha encontrado, como suele ser habitual, ha sido una tontá.
Estaba en la playa, recién llegado, con 17 añitos, los colegas y una semana por delante. Dejamos la maleta en el apartamento y, sin pasar por la casilla de salida, nos fuimos a tomar unas cervezas.
No había que perder el tiempo, no fuera a ser que la prohibieran. Entre nosotros, eso nunca sucederá. Si prohibieran la cerveza en este república bananera, se rompería la línea espacio-tiempo, así que, tranquilos que, cuando lleguéis a cualquier antro, aún podréis tomar una.
Pero volvamos al bar de la playa.
Nada más entrar y, casi sin quererlo, estábamos jugando una partida de billar con un grupo de tías. La cosa no fue más allá del típico jijí-jajá. Al fin y al cabo, era nuestro primer día en la playa y no nos íbamos a quedar con lo primero que viésemos. Había que ver el resto del ganao.
Siete días después, volvimos, totalmente desesperados y sin habernos comido un colín (es decir, lo habitual), a ese primer bar en busca de ese grupo de tías que, por supuesto, fueron las únicas que nos hicieron algo de caso en todo el viaje.
Claro, ahí iban a estar, esperándonos con los brazos abiertos.
Moraleja de la historia: estamos p'a elegir.

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