9 de enero de 2008

Esquié

La última vez que esquié, curiosamente, fue también la primera. Hace muchos, muchos años y, sí, queridos amiguitos, en una galaxia muy, muy lejana, sucedió tan extraño acontecimiento. Lo de la galaxia lejana se entenderá cuando diga que sucedió en Suecia. Desde luego, ésa era la sensación. Que no me vengan contando que nuestras antípodas son SÓLO Nueva Zelanda.
Recuerdo cuando subimos a un autobús en Estocolmo y le preguntamos al conductor, en inglés, claro, porque de sueco, res de res, cómo llegar a un museo y el tío, con un acento perfecto, nos lo explicó en un pispás. Igualico que aquí. Si un guiri se sube a un autobús y le dice algo al conductor en un idioma que no sea el de la mala hostia, el busero le mirará enarcando la ceja y acto seguido dudará entre darle dos sopapos o llevarle a una comisaría. O hacer las dos cosas, claro.
Pero volviendo a lo del esquí, resulta que, como estábamos en un puto pueblo perdido de Laponia, Gällivare se llamaba aunque, entre nosotros, era igual que el pueblo de Doctor en Alaska, y como estábamos alojados en el albergue de los hermanos de la sueca que vivía con el tío de un amigo (por eso fuimos, porque nos salía gratis el alojamiento), y los del albergue ya no sabían qué hacer con nosotros, pues nos llevaron a esquiar.

Los Spanska en la montaña

Mejor dicho. Nos abandonaron en la montaña a las 9 de la mañana, los muy hijos de puta. Nos sentimos como a los perros que les abren las puertas de los coches en las gasolineras para que correteen y luego, cuando se han alejado lo suficiente, ven cómo el coche sale picando rueda. La misma cara se nos quedó a nosotros.
Así que, como no teníamos nada que hacer hasta las 2 de la tarde, hora en la que, por señas, nos habían jurado y perjurado que vendrían por nosotros, tuvimos que alquilar unos esquíes. De los cuatro que íbamos, sólo uno sabía esquiar. Los demás, nos pasamos las 5 horas dándonos hostias de todos los colores hasta que, hartos de jugarnos la vida vestidos como yonkis, nos dejamos caer en un montón de nieve, sacamos el tabaco y empezamos a ver la vida pasar entre volutas de humo y niños que no levantaban ni medio palmo del suelo y que, los muy cabrones, esquiaban como los ángeles.
No sólo son más alt@s, más rubi@s y más guap@s... además saben esquiar desde la cuna. Y yo que ni siquiera sé montar en bici. Hay que joderse.

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