23 de enero de 2008

Din-don, pasaba por aquí

Estoy a medio telediario de convertirme en un ermitaño.
Cada vez que los vecinos tocan el timbre de mi puerta, me hago el nórdico. Nunca les abro la puerta.
Otro gallo cantaría si viviera al lado de Hugh Hefner, con esas barbis recauchutadas viniendo a mi casa a pedir tacitas de azúcar. Vamos, antes de que posaran su delicado dedito sobre mi timbre, ya estaba yo en la puerta diciéndole "qué se te ofrece, fermosa".
Pero entre mi vecino el latin king y la abuela sorda empeñada en que retoce con su nieta bakala ("Señora, que le saco 15 años... sigual, si lah mujereh nesesitan un hombre mayó..."), mi evolución hacia el personaje de Jack Nicholson en Mejor... imposible, va a marchas agigantadas.
Además, los muy cabrones tienen la extraña facultad de tocar el timbre siempre que me siento en el trono para adquirir algo de cultura. Oye, es abrir el libro y ahí les tienes. Din-don. Alguna vez he pensado que, en la última revisión del gas, mandaron un operario camuflado para instalar cámaras ocultas en mi zulo.
Y luego, cuando te los cruzas en el ascensor, miran hacia abajo, como si ellos fuerna la inocencia personificada.
Pero yo sé que conspiráis.
Sé que queréis arrebatarme mi tesssssorooooo.
La próxima vez que toquéis las narices (o el timbre, que es lo mismo), abriré la puerta con la mitad de la cara pintada de azul.
Avisaos estáis.
Pd: creo que estoy viendo demasiado cine últimamente.

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