12 de diciembre de 2007

Mi peluquero, mi amigo, mi hermano

Cuando uno va a la peluquería tiene que tener muy claro que, diga lo que diga, el peluquero va a hacer lo que le salga de las narices. La ventaja que tengo yo es que llevo yendo a la misma peluquería desde hace 15 años y ya no sólo me corta el pelo, sino que es mi amigo.
Lo de cortarse el pelo se ha convertido en un accidente. Uno va a la peluquería a echar la tertulia junto con el resto de parroquianos habituales. Porque la peluquería es de las clásicas, de las que tienen en la puerta un par de barras rojiblancas, en las que la gente, sin conocerse, mantiene conversaciones. Como debe ser. Que, muchas veces, nos olvidamos de charlar.
Al final, uno pasa un par de horas en la peluquería, escuchando historias y pasando un rato muy agradable y, si toca, hay corte de pelo. Y cuando te coloca el espejo para que veas lo que te ha hecho, lo único que le dices es que esta vez te ha dejado las orejas intactas.
Y te despides de unos amigos a los que no conoces de nada, disfrutando del corte de pelo que te ha hecho tu amigo, por supuesto, el que él ha querido porque, pese a la amistad, hay cosas que nunca cambian.
Lo bueno que tiene es que, al ser amigos, cuando él te pregunta qué te hace, tú le puedes responder "pues lo de siempre, lo que te salga de los cojones". Y él se ríe y pasamos a lo importante, que es la tertulia.
Y hablamos. Cosa que, en esta mierda de sociedad, apenas hacemos ya.

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