11 de noviembre de 2007

Se abre el telón y aparece un bocazas


Situémonos. Cualquier piscina de cualquier ciudad. Obviamente, verano. Ahí está uno, con las amigas de la facultad (batallita del Abuelo Cebolleta goin’ on), contemplando como el perfecto baboso que es (era, o eso espero), amén de disfrutar de la agradable compañía, of course, el espectáculo de la naturaleza en estado puro. O, lo que es lo mismo, “la noche de los pezones largos”.

Ellas lo saben, nosotros lo sabemos. Pero nadie dice nada. Uno se limita a observar, las otras, a esperar pacientemente a que se apaguen las largas. Vale, tampoco es que uno esté con las palomitas, pero casi.

Y de repente, aparece el listo que todo lo sabe. El gilipollas de turno. Al que se refieren esas frases tipo “hoy es un día perfecto, ya verás como viene alguien y lo jode”. El mismo que, cuando se te acerca, lo primero que te dice es “anda, vaya grano que tienes”, con esa sonrisa estúpida que le caracteriza, mientras tú te quedas con ganas de responder “¡no jodas, ni lo había visto!”. Ése.

Y, haciendo gala de su habitual oportunismo, abre su boquita de piñón y dice “¡cómo se nota que tenéis frío!”. En décimas de segundo, todas las chicas se dan la vuelta y se ponen boca abajo. Adiós a las vistas. Hola al gilipollas. Y a su estúpida sonrisa.

Y yo me pregunto, ¿qué gana con su comentario? Absolutamente nada. Pero las ganas que nos dan a los demás de decirle lo guapo que está callado no se pueden medir con números. Sencillamente, no hay suficientes.

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