31 de octubre de 2007

La apariencia externa de Maná

Hace unos años, Maná apareció en la escena musical española. Yo fui uno de los engañados por su apariencia. Melenas al viento y tatuajes, con esta canción como carta de presentación, blanco y en botella, rockeros habemus, me dije.

Y como el mundo del rock cantado en castellano estaba tan huérfano entonces como ahora, honrosas excepciones aparte que, si no cito ninguna, es porque no se me ocurren, lo cual me da qué pensar, bien que no hay tantas excepciones, bien que no tengo yo la cabeza para muchos trotes, servidor, que siempre ha sido un amante de los guitarreos, se lanzó a escucharlos.

Y, de repente, lo que parecía la enésima apuesta rockera que se asomaba a la escena musical, por arte de magia o, vaya usted a saber por qué, se convirtió en un grupo que tocaba baladas.

“Démosles una oportunidad”, me dije, a ver si es que hemos escuchado la canción lenta que todo disco de rock que se precie de serlo ha de incluir. Cinco canciones después, confirmé los temores. Maná eran unos moñas. Ojo, que la calidad no está reñida con la moñez o moñería (que no sé cuál de los dos términos que me acabo de inventar me suena peor).

Porque son unos moñas, sí, pero también tienen cierta calidad. Es cierto, no son unos rockeros como su aspecto da a entender pero, coño, tampoco son los Bee Gees.

Una lección más de que la apariencia externa es sólo eso: apariencia externa. Eso sí. Cómo me la colaron los muy cabrones.

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