13 de octubre de 2010

Una breve mirada a la amistad pasada

Nací hace ya tantos años que me da vergüenza decirlo, en el seno izquierdo de una familia aristocrática venida a menos del sur de Atlantic City, con el abolengo tan rancio que ya estaba revenido y caducado.
Yo iba para niñato politoxicómano, consentido, egoísta, descreído y que lo soluciona todo con dinero pero me perdí y me salí del camino de baldosas amarillas, haciéndome republicano, ateo, rojo y del Atleti en el trayecto.
Llegué a un sitio muy distinto al de mis compañeros de clase que siguieron el sendero marcado y se convirtieron en lo que se esperaba de ellos, los hijos de la derecha, como dice un compañero de trabajo que es sabio y lúcido como pocos.

Todos tienen mi teléfono, pero ninguno me llama. No me gusta, pero he aprendido a vivir con ello.
Al fin y al cabo, sé que ellos pierden más con mi ausencia de lo que gano yo con su presencia.
Intento rodearme de gente que, por encima de todo, sea buena y, tal vez por eso, apenas los eche de menos.

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