
Cada medio minuto se besaban y los otros treinta segundos restantes se quedaban contemplándose embelesados.
Íbamos tan apretados en el vagón de tren que casi no había hueco para el amor.
Casi.
Ellos dos, pese a los codazos y las apreturas, mantenían un espacio valiosísimo y eterno, protegiéndolo de todo gracias a sus miradas y sus sonrisas.
No creo que nadie más haya sido capaz de verlo.
Afortunadamente, añadiría.
A las 7 de la mañana la mayor parte de la gente sólo tiene ojos para su propia mala hostia.
Ellos no.
Ellos sólo tenían ojos el uno para el otro.
Les contemplé con ternura y comprensión, porque a nosotros aún nos pasa lo mismo, y les deseé de todo corazón que, como mínimo, ese amor que sentían esta mañana el uno por el otro, les dure toda la vida.
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