30 de junio de 2010

Love is in the train

Iban muy juntitos, como perfectas imágenes especulares el uno del otro, ambos con barba, con pendientes de aro en el lóbulo de la oreja izquierda, pelo corto y camisa de manga corta, sujetándose el uno al otro por medio de un dedo que pasaba por la trabilla del pantalón del amado.
Cada medio minuto se besaban y los otros treinta segundos restantes se quedaban contemplándose embelesados.

Íbamos tan apretados en el vagón de tren que casi no había hueco para el amor.
Casi.
Ellos dos, pese a los codazos y las apreturas, mantenían un espacio valiosísimo y eterno, protegiéndolo de todo gracias a sus miradas y sus sonrisas.

No creo que nadie más haya sido capaz de verlo.
Afortunadamente, añadiría.
A las 7 de la mañana la mayor parte de la gente sólo tiene ojos para su propia mala hostia.
Ellos no.
Ellos sólo tenían ojos el uno para el otro.
Les contemplé con ternura y comprensión, porque a nosotros aún nos pasa lo mismo, y les deseé de todo corazón que, como mínimo, ese amor que sentían esta mañana el uno por el otro, les dure toda la vida.

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