10 de marzo de 2010

Un intento de mí mismo

Siempre que me siento a escribir en este lugar que me sirve como terapia, diversión, válvula de escape, confesionario, púlpito, diario y que me sale mucho más barato que un loquero, intento muchas cosas aunque rara vez las consiga.
Intento dar rienda suelta a esta necesidad de expresión por medio de la palabra escrita a través de las teclas del ordenador ahora, del lápiz y el papel hace tantos años que ya ni me acuerdo, cuando se me despertó el gusanillo de la escritura. A día de hoy, convertido ese gusanillo en anaconda unos días y lombricilla que apenas saciaría a un chanquete otros, esta necesidad se convierte en rutina en ocasiones, en suplicio las más, en placer las menos.

Intento divertirme. Incluso intento divertir. Intento transmitirle al papel (perdón, soy un romántico) mi manera de ver la vida, reflejada perfectamente en esa frase del Volando voy, "enamorado de la vida, aunque a veces duela".
Intento ver el lado positivo de las cosas, riendo como solución ante cualquier mal, aunque en muchas ocasiones maldita la gana que tiene uno de reírse de según qué cosas.
Aunque haya ocasiones en las que la sonrisa desaparezca de mi rostro, intento no ponerme serio porque no se me da bien.

Intento venir aquí siempre que puedo. Quisiera venir más veces de las que en realidad vengo, de hecho. Intento venir con ganas y, pese a que muchos días falle, siempre tengo un instante al día para venir aquí, aunque sólo sea mentalmente.
Siempre que vengo intento el más difícil todavía: ser yo mismo.
Unos días me aproximo bastante a lo que soy, otros no me reconozco cuando me releo.
A veces las cosas que cuento me pasan a mí o pasan por mi cabeza y su espacio aéreo.
Otras veces les pasan a los demás, unas pocas a nadie y a todos a un tiempo.
Y por supuesto, las menos de estas veces, las cosas que cuento son tan falsas como el grupo de modelos solteras ávidas de sexo sin compromiso que algunos de mis amigos prometían que iban a llegar en cualquier momento para hacernos arrumacos mientras seguíamos acodados en la barra de cualquier tugurio infecto cuando teníamos veinte años y aún creíamos en ese tipo de imposibles.

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