Una señora procedente de algún país balcánico cuyo nombre obviaremos, de pecho prominente y bamboleante, corretea desesperada entre los árboles de un parquecillo, aguantando los sollozos, mientras busca a su perro perdido, que atiende por el peculiar nombre de Mistetas.
- ¡Mistetas! ¡Mistetas! ¿Alguien ha visto Mistetas? - vocea gimoteante, con ese particular acento que tienen los ex yugoslavos.
Un anciano que alimentaba a las palomas en un banco cercano se levanta como un resorte y, dirigiéndose a la señora de pecho descomunal, dice con un hilillo de voz: "No, pero no me importaría verlas..."
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