3 de febrero de 2008

Alá es mu grande

Hace unos días bajé al banco, ese lugar demoníaco en el que uno pierde su voz para sustituirla por un hilillo inaudible, para ver de qué manera podíamos (es un plural mayestático... a ellos les suda la polla) evitar que mis cuatro duros se me fueran por el desagüe de la crisis.
Porque las cartas del banco en las que te informan de cómo van tus inversiones me llegan con 2 meses de retraso. Y claro, así no hay manera de convertirse en un tiburón de la bolsa. Vamos, ni en boquerón con mala leche.
Total, que me presento en la oficina y les pregunto por mi inversión.

- Oye, te vas a reír. ¿Te acuerdas de lo que habías ganado en los últimos 2 años? Pues lo has perdido en los últimos 2 meses.
- Claro, es que a mí no me llegan las cartas y no me informan.
- Ah, bueno, mala suerte, también podrías mirarlo a través de la internés.
- Sí, claro, y también podría mirar cómo tu anciana madre hace la calle pero, oye, tengo otras cosas mejores que hacer.
- Bueno, es que el envío del correo lo hace la entidad gestora...
- Como si lo hace un mandril borracho, a mí lo que me importa es que no tenía esa información.
- Ah, se siente... no haber nacido pobre.

En eso tiene razón, mira. Porque este tipo de cosas a los que tienen pasta nunca les sucede. Porque están acostumbrados a manejar pasta, no como me pasa a mí, que cuando veo un billete de 100 euros me hacen los ojos chiribitas. Y así no se puede.
Eso sí, las cartas siguen sin llegarme.
Estoy dejándome crecer la barba y, dentro de unas semanas, me enrollaré una toalla en la cabeza y me forraré el cuerpo con un chaleco de salchichas, entraré en el banco gritando Allah-u-Akbar y a ver si hay huevos a seguir sin mandarme la correspondencia.
Que quiero estar al día de todo lo que me robáis, cabrones.

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