En una de las anteriores crisis sistémicas del capitalismo, la de 1929, los especuladores y financieros culpables de la misma se suicidaban saltando por la ventana cuando se percataban de que lo habían perdido todo.
La situación no mejora cuando los responsables reciben un castigo, sea con forma de cárcel, multa o suicidio voluntario pero, sin duda, contribuye a que la indignación no aumente.
En la situación que vivimos actualmente, los especuladores y financieros culpables no sólo no asumen esa responsabilidad, sino que salen por la puerta grande, debidamente recompensados por los servicios prestados y con el beneplácito de los organismos encargados de supervisar su comportamiento.
La responsabilidad cae entonces sobre los ciudadanos de a pie, quienes sufrimos las consecuencias de la mala gestión de unos y las especulaciones de otros.
A esta supuesta crisis no se la puede llamar crisis; en realidad, se trata de una estafa a escala mundial.
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