Pasando por alto que ese tipo de comentarios y espectáculos me dejaron de interesar hace casi una década, y que las conversaciones con este tipo de seres me duran menos que un pensamiento útil en la cabeza del 90% de los futbolistas, respondí que era muy lógico el comportamiento de la muchacha.
Teniendo en cuenta que la mayor parte de los hombres, sobre todo los que son como el ser que me hablaba al principio, asumen que cualquier mujer que les dirija la palabra está solicitando en realidad una sesión de sexo desenfrenado y sin límites, es normal que la chica en cuestión sea poco sociable.
En su caso, es un mecanismo de defensa, como las púas del erizo; un mecanismo que activa o desactiva en función de quién esté frente a ella.
Si no lo tuviera, tendría las piernas a rebosar de tíos restregándose como conejos en celo.
Y no está la vida como para andar perdiendo el tiempo con gilipolleces.
Y menos aún con gilipollas que, pese a peinar muchas canas siguen babeando ante la mera visión de un par de tetas, reduciendo en pleno siglo XXI a la mujer al contenido de un sujetador.
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